viernes, 18 de mayo de 2007

El último adiós


No podía ser de otra manera. Su despedida iba a ser tal como fue: dentro de un campo de juego. Tacos, goles de otros partidos, pisaditas (no tantas pero suficientes), leña, y puntazos, entre otras, componen el espectro de jugadas que atesorará, de ahora en más, por siempre en su memoria. Sí, porque siempre es difícil decir adiós y más a una inseparable amiga. (*)


Tantos partidos, tantos recuerdos. Claro que sus comienzos no fueron fáciles. Llegada al mundo para una tarea muy diferente de la que terminó desempeñando tuvo un largo y duro período de adaptación. Pero, sin levantar ni una sola queja tomó su nueva responsabilidad como causa propia y fue para adelante.

En su nuevo entorno arreciaron las burlas. Que las patinadas, que el color (si, en ese ambiente tan "cassual" existe mucha discriminación), que la forma de pisar y otras tantas cosas irreproducibles debió soportar durante largos años de carrera. Sin embargo, perseveró y, como pudo, impuso su presencia.

El destino supo recompensar tanta entrega. Claro que hubo noches amargas, como en cualquier historia, pero también hubo de las otras. Con el correr del tiempo se fue ganando un apodo (Topperola) y el respeto de sus pares, justamente. Las miradas de reojo, lentamente, cambiarían de dirección con la llegada de la magia que aportaría cada vez que se presentaría en escena (en contadas ocasiones se convertiría en pésimo hechizo pero no serían tantas como para tenerlas demasiado en cuenta).

La Caída

Supo estar presente en grandes acontecimientos. Como aquella vez cuando, en una noche cerraba, hubo un terrible temblor. Muchos recordarán el hecho pero no su causa. El acontecimiento ocurrió horas después de llegada de la luna, en una jornada invernal a orillas del Gran Río. El suceso, relatado hasta el hartazgo por los lugareños, estuvo cerca de provocar una ruptura social.

El trámite estaba parejo. Los protagonistas, encendidos. Una obra de la casualidad dispuso que entre los rivales figurasen dos con las mismas armas. Sí, dos afamadas “Topperolas” (unas de cuero; otras de lona) se vieron las caras en un match sin tregua. El prontuario de ambas distaba de ser ejemplar y se sacaban chispas cada vez que se cruzaban. Nuestra amiga estaba presente y, aunque participaba, no tomaba partido por ninguna.

Ocurrió lo inesperado a pesar de que algunos -conciendo al personaje- podían llegar a intuirlo. Pantanetti, quién abusaba de un par de topper de lona del ´87, decidió terminar con la vida de La Morsa de Acassuso en el preciso instante en que esta pasaba cerca de su radio de acción. El guadañazo asesino que le propinó no estuvo muy lejos de acercarlo al cajón del velatorio. El derrumbe que provocó fue imposible de parar. Sin punto de apoyo posible (una zapatilla estaba con las dos de Pantanetti y la otra girando en el aire preguntándose qué corno sucedía) perdió cualquier estabilidad posible e impactó (de lleno) en el sintético del Bajo.

Como si hubiera durado horas, la acción pareció detenerse en el tiempo y avanzar cuadro por cuadro. La caída –el sujeto quedó horizontal en el aire- intimidó tanto a todos que el encuentro se suspendió temporariamente. Las autoras materiales de la obra, impertérritas; los intelectuales, en situaciones opuestas. Uno se desentendía del hecho al grito de “no lo toqué” (con las manos arriba); el otro, lo miraba con ojos inyectados y amagaba con pasar a la acción.

Lo cierto es que, la venganza tomó color más tarde, por lo que ambas colegas (lona y cuero) quedaron a mano no sin dejar algunos jirones de material abandonado en la cancha. La historia estaba planteada así y nadie podía ser menos a la hora de demostrar su juego.

La Despedida

Entrada en años y con cientos de batallas encima, mi estimada amiga fue fiel a sus pergaminos. Sin dejar que las múltiples heridas cercenen su rendimiento (las costuras que unían su empeine con la suela casi no existían) entregó su caudal de fútbol hasta el último instante del partido. Con mucho orgullo y agallas no se amedrentó cuando, faltando 12 minutos para el final de su carrera, sólo los cordones mantenían en (el) pie su último aliento.

Doce goles, treinta y cinco habilitaciones, 89 certeros pases, 17 ataques cortados, 4 foules (dos de cierta gravedad), un taco (magistral) y un caño (a Masia) componen su record final. Una tarjeta ejemplar que demuestra de un solo pantallazo el esplendor de una carrera que termina. El después será parte de otro mundo. Su círculo se completó y su ciclo se cerró. Nadie podrá decir que esta aguerrida -de toque exquisito- Topperola de fútbol no entregó todo lo que tenía para dar. Desde aquí, el Adiós a una grande que tendrá su lugar especial en mi memoria.


(*) Foto: Minutos después de su despedida accedió a que se la retrara por única vez.